martes, 17 de abril de 2012

Fuera caretas en Zarzuela: los culpables del hundimiento

JESÚS CACHO (16-04-2012)

Para quienes hace décadas venimos escribiendo sobre las conductas privadas de algunos personajes públicos, tal que el Rey de España, Juan Carlos I, lo ocurrido en la noche del jueves al viernes en Botswana no nos ha sorprendido o lo ha hecho en escasa medida. Lo que mal empieza, mal acaba. En el caso que nos ocupa, lo que empezó un 27 de noviembre de 1975 termina en la vergüenza colectiva que supone descubrir al jefe del Estado divirtiéndose en un país africano con la caza de elefantes y otras bestias, todavía no sabemos invitado por quién o por quiénes, mientras el país, camino de los 6 millones de parados (muchos de ellos jóvenes, de esos que le “quitan el sueño”), se enfrenta a la crisis económica más grave de su reciente Historia. Un escándalo de los que marcan época. Un viaje sin retorno. Sin vuelta atrás.

La situación de fractura de la Familia Real, artificialmente sostenida por el piadoso manto de silencio con el que los medios de comunicación le han rodeado desde la muerte de Franco, ha terminado por explotar con el escándalo Urdangarin, primero, y con el accidente en Botswana, después, sin desdeñar asuntos menores tan relevantes como el tiro en el pie de Froilancito. Fuera caretas. La calma con la que la antaño Princesa Sofía de Grecia y Dinamarca se ha tomado en Atenas su regreso a Madrid, una vez conocido el accidente, suena a venganza en toda regla. Poco más de 20 minutos duró ayer la visita a su regio esposo en la clínica madrileña donde está internado. Es fácil imaginar la escena, los nervios, las miradas cortantes, las cortas frases de reproche, resumen de años de infinitas humillaciones. Tan “profesional” ella, tan alabada por las autoras de libros cuché como sufrida Reina y mujer ejemplar, Sofía de Grecia es una de las grandes responsables, si no la mayor, de ese desastre de familia desestructurada, rota, que tiene La Zarzuela por residencia.

Sometida desde hace décadas al desaire constante de las sucesivas “amigas” del Monarca, la Reina griega, una mujer que nunca ha llegado a ser “ama de su casa”, y a la que durante largas temporadas se le negaban los buenos días por la mañana, decidió hace mucho tiempo tirar la toalla y abdicar, claudicar mejor, para convertirse en una especie de florero público, siempre presto a acudir donde le reclamara una agenda que ella nunca manejó. Desde muy pronto optó por fabricarse su pequeño mundo aparte, un universo estrecho, mínimo, miserable incluso, al lado de su hermanaIrene, en Zarzuela –las largas, interminables mañanas, leyendo la prensa en una salita de Palacio con mesa camilla ad hoc-, y de su hermano Constantino, en Londres. Y desentenderse de la educación de los hijos. Pasar de los hijos. Acostumbrada a manejarse habitualmente en griego e inglés, sigue teniendo un pobre dominio del castellano muchas décadas después de su llegada a Madrid, lo que revela su nulo interés por los asuntos españoles. Ni una amiga madrileña que se le conozca. Ni una sola pasión “española”. Ni una afición propia del país de acogida, aparte de esa tan común entre cierta realeza de coleccionar pares de zapatos. Siempre una extranjera.

El trato más que censurable recibido de su esposo, a la sazón Rey de España, no le exime de la grave responsabilidad contraída al haber abdicado de sus obligaciones como madre de familia y Reina consorte. Pero no es la única responsable. Los sucesivos jefes de la Casa del Rey la tienen por toneladas. Nada fue lo mismo en Palacio –fuera en Madrid o en Palma- tras la salida por la puerta de atrás de Sabino Fernández Campo. Él fue el único que se atrevió a decirle al Rey que había cosas que un Monarca constitucional no podía hacer, ni en asuntos de negocios ni en temas de faldas. Hay un landmark, sin embargo, un hito en ese camino de perdición real materializado por la corta estancia como secretario general de la Casa, con todas las cartas para hacerse cargo de la jefatura, de José Joaquín Puig de la Bellacasa.

El viaje a la Antártida de Puig de la Bellacasa

Secretario particular del entonces Príncipe en 1974 y ex embajador en Roma y Londres, entre otros muchos cargos de gran prestigio, José Joaquín duró en su puesto lo que tarda en persignarse un cura loco. En realidad un verano en la isla de Mallorca, tiempo y lugar en el que se atrevió a hacer notar que había cosas que un Rey de nuestro tiempo no podía hacer, como escapar por una ventana de Marivent en plena noche. Se lo cargó la entonces “íntima” del Monarca, la palmesana Marta Gayá. Fulminado. Fuera. Hasta tal punto decapitado por respondón que cuando Paco Fernandez Ordóñez, a la sazón ministro de Exteriores (año 1990), quiso enviarle a una importante embajada tras el incidente, la respuesta llegó contundente: “A ése, donde hay que mandarlo es a la Antártida…” No llegó tan lejos porque Pacordóñez, casi de tapadillo, lo nombró embajador en Lisboa (“No es justo. ¡Qué va a decir la gente… va a pensar que ha metido la mano en la caja…!”). No le han dado ni las gracias.

Desde entonces todo ha ido de mal en peor. Alberto Aza terminó hace escasos meses por irse asqueado, cansado, según amigos personales, de “cantarle las cuarenta sin ningún éxito”. El papel deRafael Spottorno, ese hombre que sonríe tan aparentemente colmado de satisfacción estos días a la puerta de la Clínica San José, nuevo Jefe de la Casa desde septiembre pasado, es meramente contemplativo. Quizá testimonial. Es opinión general que “el Rey está totalmente fuera de control”, decidido a hacer su vida caigan rayos o chuzos de punta, convencido de que nadie tiene derecho a inmiscuirse en su agenda privada, convertido en una moderna visión de monarca absoluto que solo explicaciones debe al Destino o a la Historia. Era obligación de Spottorno haberle hecho ver que no estaba en condiciones físicas de desplazarse a Botswuana y tampoco morales para tomarse tamaña vacación estando el país como está. Pero Spottorno, prisaico de pro, frío y distante con el débil, cortesano con el fuerte, no lo hizo, si a lo ocurrido hemos de atenernos.

Lo podía haber hecho el presidente del Gobierno, pero de eso, de la responsabilidad de los sucesivos Presidentes del Gobierno en las malas prácticas del Monarca hablaremos en otra ocasión, porque esa es harina de otro costal, merecedora de escrito aparte. Claro que para haberle llamado la atención,Mariano Rajoy necesitaría, primero, haber nacido José María Aznar, milagro de imposible naturaleza, y haber tenido conocimiento previo, después, de la majestuosa cacería de elefantes, cosa que a todas luces no tuvo, a pesar de las piadosas mentirijillas con que ahora Moncloa quiere emborronar la realidad con tinta de calamar. La responsabilidad de los presidentes del Gobierno que han sido, cierto, pero también la responsabilidad de los medios de comunicación españoles a la hora de cubrir durante décadas con un telón de acero de silencio las conductas reales. Y así, pasito a pasito, dejación a dejación, culpa a culpa, hemos llegado hasta aquí. Con un país que le ha perdido por completo el respeto a la Corona.


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